No se cuántas bodegas habrá en España,
tampoco las que he visitado, que no son pocas, y siempre llego a la bodega con
la sensación del que va a ver una película ya vista, … pero siempre me
equivoco, y al final salgo con la satisfacción de haber descubierto algo nuevo,
que no conocía, y que me lleva a nuevas sensaciones, y nuevos vinos.
Me dejo llevar por la inercia del viaje,
y poco a poco voy disfrutando del nuevo paisaje, de las gentes que lo habitan y
de los amigos que me acompañan. Había pasado varias veces por las tierras del
sur de Córdoba: camino de Málaga, de vuelta de Granada, yendo a Sevilla, y
nunca me había detenido en Montilla, Aguilar de la Frontera, o Puente Genil.
Iniciamos el viaje en Montilla, en la Bodega Alvear, de la mano de su enólogo
Bernardo Lucena que desvela la magia y el arte de elaborar fino, amontillado,
oloroso y mi gran pasión: el Pedro Ximénez.
Pasear por esta bodega y catar sus vinos
en una mañana soleada de mayo disfrutando del paisaje de los viñedos y olivares
que se pierden en la distancia por la sierra de Montilla me deja las primeras
sensaciones de una uva: pedro ximénez, que me va a acompañar a lo largo de
estos días.
Empiezo a descubrir nuevos significado
de palabras conocidas: “rocio”, “ruedo”, “velo”, “albero” y otras nuevas:
“albariza” y empiezo a entender lo que encierran los nombres de “fino”,
“oloroso”, “amontillado”
Si el primer contacto con el vino fue un
amor a primera vista no ocurrió lo mismo con el encuentro con la gastronomía de
la zona, y no por culpa de los platos sino, precisamente, por culpa del vino.
Puede ser que el vino fino servido al inicio de la comida sea del agrado de los
lugareños pero para el visitante que se acerca a esas tierras no debería valer
cualquier fino: hay que servir el mejor. En mi caso no cambió mi aprecio por el
fino, dado que venía de catar en Alvear, pero pienso en aquellos viajeros que
se acerquen a los vinos de Montilla a través de un restaurante y les presente
un vino de color turbio y olor desagradable. Pedirán rápidamente una cerveza o
un rioja. Los municipios y el consejo regulador tendrían que hacer algo al
respecto y sobre todo en estos tiempos en que las críticas de un viajero
recorren las redes a la velocidad de la luz.
Pasear por Montilla me lleva al convento
de las clarisas y sus dulces, a los restos de San Juan de Ávila, a la casa del
Inca Garcilaso de la Vega y a la pintura de José Santiago Garnelo y Alda para
terminar a los pies de las ruinas del castillo donde nació El Gran Capitán.
En esta tierra además de la vid y en
lucha con ella, está el olivo. De la guerra de subvenciones, por plantar y por
quitar, no entiendo, solo pretendo catar aceite, además de vino y para ello
nada mejor que el molino de Juan Colín y las explicaciones de Gonzalo
Bellido entre sus olivos para enamorarme de otro producto de esta tierra: el aceite
de oliva virgen extra que elabora a partir de dos variedades, arbequina y
picual. Catamos rodeados por los antiguos molinos del museo con el
extraordinario pan que elabora la familia Bellido en Montilla.
Continuamos viaje, del molino al lagar;
en este caso El
Lagar Blanco, donde Miguel Cruz, nos recibe al borde de la viña en
la zona alta de la sierra de Montilla desde donde contemplamos un paisaje de
gran belleza y al pisar la tierra noto bajo mis pies la esponjosidad de la
albariza compactada en pedruscos. Nos espera una lección magistral de cata y de
elaboración de vinos; y una comida informal en la sala de crianza de la bodega.
Allí en una barrica, dejamos constancia de la visita del Grupo de Cata.
Al caer la noche recorro las empinadas
cuestas de Montilla donde se prepara la fiesta de Primavera en el popular
barrio de La Cruz para cenar en Las Chivas acompañados del baile de un cuadro
flamenco con el que terminamos la velada.
Nuevo día y nueva bodega, esta vez Pérez Barquero
también en Montilla, y también nuevas sensaciones y experiencias que nos va
desgranando Teresa. Catamos fino, amontillado, oloroso y un producto que no
conocía: el brandy Monte Cristo. Salimos rápido porque nos esperan camino de
Puente Genil para recorrer la villa romana de Fuente Álamo, junto con el propio
arqueólogo de la excavación Manuel Delgado, que nos da los detalles para
interpretar la historia de los primeros siglos de nuestra era a partir de los
descubrimientos arqueológicos del yacimiento.
Seguimos con la premura de tiempo, que
va a ser la tónica de la jornada, y llegamos a la Bodega Delgado en Puente Genil, nuevas experiencias que nos relata
nuestro anfitrión, Francisco Javier Álvarez de Sotomayor, y nueva cata con sus estupendos vinos, alguno de ellos extraordinariamente secos; además, en esta ocasión, nos sugiere una mezcla:
amontillado y pedro ximénez que resulta fantástica. También descubrimos un
producto excepcional de esta bodega: el vinagre.
De nuevo en marcha para comer en una
venta del camino, esta vez sí nos sirven un buen vino: Fino Segunda Bota de
Bodegas Delgado. Y nos sorprenden unas patatas fritas cortada en finas rodajas,
unas deliciosas berenjenas fritas con miel y un menú con buena relación
calidad/precio.
Al atardecer llegamos a Córdoba, que esa
tarde de primavera estaba radiante, cruzamos a pie el puente romano y desde
allí, deprisa, deprisa recorremos ocho patios cubiertos de flores y nos vamos
con el firme propósito de volver pronto a esta tierra, y mientras tanto, seguir
disfrutándola a través de sus vinos y sus aceites.